Literatura y vejez: cinco novelas en que los mayores son protagonistas.


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Nuestra cultura tiene prototipos de ancianos que nos hacen enorgullecernos. Los libros de historia, a veces la tele y normalmente la vida diaria, nos hablan de ellos, pero también el cine, la literatura, el teatro. El arte en general como depositario de lo mejor que somos.

Veamos algunos ejemplos de novelas que tienen por protagonista mayores memorables. Cinco novelas sobre personas mayores que deberías agregar a tu cola de libros por leer.

Kafka en la orilla

Contrario a todos los cánones no vamos a comenzar con los clásicos, sino con un contemporáneo que colma las librerías.

El mundo que Haruki Murakami, autor de Kafka en la orilla, describe en sus novelas, es un mundo que está a medio camino entre la fantasía y la realidad. A veces no podrás explicarte lo que sucede en sus historias, pero siempre sentirás que es tan real como si te hubiese pasado a ti mismo y ahora no estuvieses más que recordándolo. Sus novelas son raras en el sentido en que los son los sueños, e igual que ellos, son reales y apasionantes.

Kafka en La Orilla no es la excepción. En ella se cuenta la historia de Kafka Tamura, un joven de 15 años que escapa de casa por la angustia que le provoca la ausencia de su madre y hermana y convencido que, cual Edipo moderno, asesinará a su padre.

A la vez es una novela sobre Satoru Nakata, anciano de 60 años que sufrió un extraño desmayo de pequeño y que debido a ello no conservó sus facultades mentales, aunque en cambio, aprendió a conversar con los gatos. La vida de Kafka y del anciano Satoru se irán mezclando a lo largo de la novela, al punto que parecen dos caras de una misma moneda, como en el fondo lo son la juventud y la vejez.

Gringo viejo

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El año 2017 creo es un año especial para leer o releer Gringo Viejo, la novela que hizo que, en New York, por primera vez un mexicano, Carlos Fuentes, se convirtiese en best seller.

Inspirada en el periodista y escritor norteamericano Ambrose Bierce, esta obra es un intento por dar sentido al misterio que supone su muerte. En 1913, al revés de lo que hoy hacen muchos mexicanos (y cubanos y ecuatorianos y latinos en general), Ambrose cruzó por El Paso desde Estados Unidos hasta México, para unirse al ejército de Pancho Villa durante la revolución mexicana.

Allí el rastro histórico se desvanece y comienza a ser reencontrado por la imaginación de Carlos Fuentes, quién reconstruyendo la personalidad del anciano escritor, elabora una fábula sobra la búsqueda de sentidos existenciales en esta etapa de la vida.

Una fábula, además, sobre el valor y sobre el cruce de las fronteras, no solo las fronteras físicas que separan a dos países, sino las espirituales que existen entre las personas, digamos entre un gringo viejo y un soldado mexicano.

Cien años de soledad

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La novela que le valió el premio nobel de literatura al colombiano Gabriel García Márquez es una novela especial si de ancianos se trata. La vejez no es tal vez un tema central en ella, pero a lo largo de sus páginas se suceden los ancianos memorables, a muchos de los cuales tenemos el placer de verlos envejecer.

Pero si son muchos los mayores en estas páginas y si bien todos son dignos de mención, tal vez ninguno sea tan especial como Úrsula Iguarán.

Ella es la madre fundadora del clan de los Buendía, familia sobre la que versa la novela, y es la vez la columna vertebral de la historia, al punto de que el autor ha confesado que, en una de las versiones preliminares, Úrsula moría antes que en la versión definitiva, pero hubo de revivirla pues sin ella la novela se le venía abajo.

Úrsula es una anciana matriarcal que carga sobre sus hombros la espiritualidad de una familia. Una anciana fuerte, emprendedora, inteligente. Una anciana como la que todos querríamos ser al llegar a esa edad, que incluso tuvo que esforzarse para cumplir su promesa de morir, pues casi a los 120 años comenzaba reverdecer.

El coronel no tiene quién le escriba

Si de dignidad hablamos, no se me ocurre ejemplo mejor que el coronel de esta otra novela de García Márquez.

Cada viernes el coronel va a la oficina de correos a esperar la pensión que el gobierno le ha prometido y cada viernes el coronel se convence que no tiene quién le escriba.

Las penurias económicas se suceden y, sin embargo, el coronel, digno como esos mayores que no pueden a su edad traicionar lo que han sido durante su vida, no admite traficar con sueños y se empecina en alimentar a precio de su hambre y sobre todo, en no vender el gallo de pelea que representa todo lo que ha perdido, pero también todo de lo que se siente orgulloso.

Este libro ha sido leído en clave de denuncia sobre las promesas no cumplidas por el gobierno, pero también puede ser leído en clave de perseverancia, algo de lo que los mayores saben mucho.

El viejo y el mar

Para el final tal vez la más bella historia de vejez de todas la que he mencionado. La historia de Santiago, un anciano que “pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo” un pescador de edad avanzada “flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello”, con manchas en las mejillas provocadas por el sol, con cicatrices en sus manos “tan viejas como las erosiones de un árido desierto” .

Un pescador en quien todo era decadente menos sus ojos, “estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”.

Santiago había estado 84 días sin pescar nada y aunque a su alrededor todos hablaban de su mala suerte, de que estaba “definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de mala suerte”, el no perdía la esperanza.

Pero lo más conmovedor del libro es que cuando esta esperanza parece verse confirmada, con el pez más grande que jamás se había visto, lo que en cambio sobreviene es otro fracaso aún más desolador, el viejo Santiago no se deja llevar por la autocompasión, sino que, en el mejor espíritu de un anciano exitoso, continúa confiando en que:

“…el hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.

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